Este
relato en realidad no es mío, es prestado.
Lo he
cogido de la mente y de los recuerdos de mi abuelo, yo solo le cedo mis manos y
mis letras para traer del maldito olvido a la persona que un día fue.
La edad
juega a veces malas pasadas, otras veces
te permite rejuvenecer,este es
su caso muchos días.
Incapaz de recordar lo que ha comido hoy o quien somos
algunos de sus nietos, le regala la
posibilidad de revivir su juventud y madurez en Almenar.
En cuanto
nos despistamos intenta escaparse para ir al juego pelota a ver a los hombres
jugar, para irse a la sociedad a echar la partida con su buen amigo Paco Garcés o la Plaza los toros a ver a las
mujeres jugar a los bolos delante
de la casa del Jesús y la Cresencia.
Sus manos
no están cansadas aunque su mente si, por eso insiste e insiste, a pesar de sus 92 años, en bajar a su huerto,
que como el dice "parece que no
tiene dueño" y por el camino pararse a charlar con el Santiago y saludar
al Carmelo y de vuelta sentarse a la sombra de un árbol, en el banco de las escuelas, con el Moreno y el Maján a ver los
coches pasar.
Difícil
hacerle entender que muchos de ellos ya no están entre nosotros, por
que su mente anclada en el pasado, le hace creer que estuvo con ellos ayer.
Siempre
nos pregunta de quién son esos chicos, por que en Almenar, como en todos los
pueblos, todos somos de alguien, somos del Adolfo o de la Blanquita
o del Barbero, o Cucalón, o de los vascos...
Algunas
tardes de verano, cuando el sol se pone por la Ermita , nos hace acompañarle por la calle Real a ver las
casas que están abiertas y con su lento
caminar el trayecto se convierte en un
peregrinaje en el que una descubre
que todos los escudos de las casas son muy parecidos, casi iguales
En el
paseo hasta el castillo le repito una y otra vez que ya no hay hombres jugando
a la pelota, que casi todos los de su generación ya no están entre nosotros, que no queda mucha gente echando la
partida...que hace mas de 40 años que ya
no ayuda a matar cochinos a mi bisabuelo Doroteo ni pasa un riachuelo por delante del matadero al lado
de las piscinas.
Eso si,
cada vez que bajamos al lavadero las mujeres, sentadas al fresco en un banco,
le saludan como si no le hubieran visto ayer, y nos acercamos ala vieja noguera que hay en la esquina del
campo de fútbol a cuyos pies mi bisabuelo preparaba patatas asadas a mi madre
cuando volvían de la remolacha.
Con
sus relatos ha grabado en mi mente sus recuerdos de Almenar para que no
olvidemos a sus gentes, sus calles, sus sitios, su esencia.