Esta frase no es mía sino de mi buena amiga Marta, recuerdo oírsela por primera vez una tarde mientras estábamos tumbados sobre la hierba en Pedrajas. Era una gran escena, los niños corriendo a nuestro alrededor mientras alguno de los chicos jugaba con ellos , las pequeñas en sus sillitas sonreían acaparando nuestra atención, alguna de las chicas ponía la mesa mientras Toño como siempre preparaba el fuego para asar algún manjar de los que nos tiene mal acostumbradas.
Yo estaba sentada en la hierba, que no era un césped verde bien cortado sino más bien una alfombra de hierba bastante desigual. Hacía calor pero no tanto como para no desear que el sol nos diera en la cara. Cuando el sol se iba y llegaba la noche nuestro deseo de permanecer juntos alargando la velada hacia que nos tuviéramos que arremolinar alrededor del fuego de la chimenea lo que provocaba que nuestra ropa y nuestro pelo olieran a humo de cabaña de leñador.
Siempre recordare aquellos días, a veces aun se repiten, no tan a menudo como quisiera pero si lo suficiente como para que no olvidemos la sensación de estar todas sentadas sobre el césped con nuestros pequeños, que ya no lo son tanto, alrededor, probando la última bebida de la que nos han dado la receta o los viejos postres que cocinaban las madres y que ahora hemos vuelto a recuperar.
Espero que esos momentos duren lo suficiente para poder disfrutarlos con nuestro pequeño. Lo bueno de esta larga espera es que siempre habra un bebe en nuestra panda y nunca perderemos las ganas de tumbarnos sobre la hierba aunque los pequeños ya no sean tan pequeños e incluso empiezen a volar lejos de nuestras protectoras alas.
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